martes, 23 de julio de 2013

Anthony Grafton y los orígenes de la nota al pie

En la actualidad, los argumentos de los historiadores aún avanzan con paso firme o retroceden vacilantes sobre sus notas al pie. Pero el plomo de la prosa oficial ha reemplazado el oro de la retórica clásica de Gibbon. En el mundo moderno, dicen los manuales para redactores de tesis, los historiadores realizan dos tareas complementarias. Deben estudiar todas -las fuentes referentes a la solución de un problema y a partir de ellas elaborar una nueva narración o argumento. La nota al pie es la prueba de que se ha realizado las dos tareas. Identifica tanto el indicio primario que garantiza que la sustancia del relato es novedosa como las obras secundarias que no desmienten ese carácter en forma y tesis. Además, identifica el trabajo histórico en cuestión como obra de un profesional. El murmullo la nota al pie es reconfortante como el zumbido agudo del torno odontológico: el tedio que provoca, como el dolor que provoca el torno, no es aleatorio sino direccional, es parte del costo a pagar por los beneficios de la ciencia y la tecnología modernas.

Como sugiere esta analogía, en la vida moderna la nota al pie está vinculada con la ideología y los procedimientos técnicos de una profesión. Para ser historiador o dentista uno realiza estudios especializados; para practicar la historia o la odontología, uno debe recibir la aprobación de sus maestros, colegas y, sobre todo, pacientes (o lectores). Aprender a redactar notas al pie forma parte de esta versión moderna de la vida de aprendiz. La mayoría de los historiadores se inician en pequeña escala, durante las semanas frenéticas dedicadas a redactar trabajos que han de leer de viva voz frente al profesor. A esa altura, las notas al pie son vistas, no leídas. Conforman una masa densa y borrosa de texto apenas vislumbrado en el pie de las páginas agitadas por las manos temblorosas del orador nervioso al mascullar frente a la clase. Más adelante, durante los largos meses dedicados a la redacción de la monografía, los estudiantes avanzan del estilo de producción artesanal al industrial con la esperanza de que el tutor, otros miembros del jurado constituido para evaluar su trabajo e incluso futuros colegas y empleado les admiren de las horas de arduo trabajo en la biblioteca y el archivo plasmadas en las largas notas al pie. Por fin, obtenido el doctorado y el empleo, los historiadores activos siguen produciendo notas al pie. Lamentablemente, los historiadores habituados a redactar notas maquinalmente -como los dentistas que se han vuelto insensibles al dolor que infligen y la sangre que derraman- tal vez casi no se dan cuenta de que siguen llenando de nombres de autores, títulos de libros y números de  legajos o páginas sus textos inéditos. Al fin y al cabo, la producción de notas al pie suele parecerse no tanto al trabajo especializado de un profesional que realiza una función precisa proyectada hacia un fin superior que la producción cuanto a la producción improvisada y la eliminación de residuos.

La nota al pie moderna es tan esencial para la vida histórica civilizada como el retrete; como éste, es un tema de mal gusto en la plática cortés y por lo general solo llama la atención cuando se descompone. Como el retrete, la nota al pie permite a uno realizar actos desagradables en la intimidad; como sucede con aquel, el buen gusto exige que se la coloque en un lugar discreto; últimamente no se la incluye en el pie de página sino al final libro. Es el lugar que merece recurso tan baladí: ojos que no ven, corazón que no siente.


Portada de la edición original
Anthony Grafton, Los orígenes trágicos de la erudición: breve tratado sobre la nota al pie de página, Buenos Aires, FCE, 1998, pp. 12-13.