Los
profesores del departamento de Historia Moderna de la Universitat de Lleida, Antoni
Passola y Maria José Vilalta, organizaron una jornadas dedicadas a la Guerra de
Sucesión en Cataluña. La elección del
tema no podía ser más oportuno: hace ya casi un año que el tema de la derrota
catalana en 1714 ha llenado el escaso espacio que los medios reservan a
cuestiones históricas. Cada gesto político del actual gobierno de CiU-ERC ha
ido acompañado de un relato que ha acudido sin complejos a su
particular Numancia "dieciochesca". Sólo hace falta ir a una librería
para ver cómo se ha llenado de novedades y reediciones de todo tipo, en las que no
faltan novelas históricas escritas por políticos y cuadernos ilustrados para
niños. Aunque hay interesantísimas opciones, me parece que lo que más abunda es aquello que Alberto Reig Tapia
llamaba "historietografía", en referencia a los libros que escribía
Pío Moa o César Vidal sobre la guerra civil española.
Frente
a utilizaciones interesadas y lecturas sesgadas, quizás lo mejor que pueden
hacer los historiadores universitarios es ofrecer los resultados de sus
investigaciones. Delante de la liturgia nacionalista auspiciada por los medios
y los partidos políticos, la universidad tiene que ser el foro de un debate
científico que se mantenga alejado de reivindicaciones partidistas y afirmaciones
maniqueas.
Con esta idea en mente, se iniciaron estas Lliçons que tuvieron lugar en la Sala Víctor Siurana. El 13 de noviembre contamos con
la presencia de María Victoria López-Cordón, que desarrolló un sucinto repaso de todo el período que va desde el reinado de Carlos II hasta el establecimiento de la Nueva Planta. La idea de
"complejidad" estuvo muy presente en su presentación: el proceso por el cual la Monarquía Hispánica cambió de dinastía fue
un proceso lleno de contingencias, indecisiones y oportunidades. Las opciones
borbónicas y austracistas estuvieron redefiniéndose constantemente, y no fueron
bloques compactos y aislados a los que los individuos se adhirieran de manera
espontánea. La dimensión civil del conflicto dividió a familias y territorios,
por motivos sujetos a numerosas variables. Ahora bien, el fin del conflicto representó una derrota y
una victoria clara: los decretos de Nueva Planta y los cambios en la estructura
administrativa bloquearon la posibilidad de cualquier alternativa o
reconciliación.
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Foto de Cristina Ardanuy |
El día 4 de diciembre tuvimos
la oportunidad de disfrutar de un programa doble sobre la Guerra: Carlos
Martínez-Shaw nos habló de su dimensión europea y mundial, mientras que Joaquim
Albareda se centró sobre todo en el desarrollo que esta tuvo en Cataluña, pero
sin olvidar el resto de la Corona de Aragón.
Carlos Martínez-Shaw hizo un
repaso de los hechos militares y políticos que, aunque estuviesen lejos de la Península,
no dejaron de condicionar las decisiones que ambos bandos tomaban sobre España.
Los reyes de Francia, España e Inglaterra, así como el emperador de Austria,
eran perfectamente conscientes de que detrás del trono español estaba el tesoro
de las Indias. El Caribe y el Atlántico Norte fueron el teatro de numerosas operaciones
militares, y los tratados de Utrecht dejaron al reino de España con una
posición frente a los demás reinos europeos bastante desventajosa. La Guerra de
Sucesión, de este modo, marca el fin de una era y el inicio de otra, caracterizada por el equilibrio entre las monarquías europeas, pero que se saldó finalmente con Gran
Bretaña como gran potencia colonial.
El profesor Albareda retomó
esta conclusión, al comentar que la guerra fue iniciada y finalizada cuando le dio
la gana a los ingleses. Aunque esta afirmación fuera dicha con tono
jocoso y con las risas del público, problemente contenga bastante verdad. Su exposición
se centró en los motivos que llevaron a las instituciones catalanas a retirar
su lealtad a Felipe V y a adaptar la postura que entendemos como "austracismo". Para Albareda, los motivos de este apoyo a la casa de
Austria (sobre la cual pudiera decirse que los catalanes no tenían demasiados
motivos para estar contentos) se debió a la concepción constitucionalista y
pactista del gobierno que había germinado en la ciudad de Barcelona. Esta forma
de hacer política ponía el poder en las instituciones representativas de la
nobleza, y especialmente, de los
sectores burgueses en auge. Albareda enfatiza en que esto no debe entenderse
como una continuidad o refuerzo del feudalismo, sino como una especie de
republicanismo, que incluso puede compararse al de ciertas ciudades-Estado
italianas. Por otro lado, en Valencia, la guerra tuvo un carácter de revuelta popular
y antiseñorial que los propios nobles partidarios de Carlos de Austria se
vieron obligados a reprimir. Sin embargo, la
derrota militar y la defección de las potencias aliadas impidieron cualquier
esperanza de pacto.
Hay varias cuestiones a nivel
general que se plantean. En primer lugar, una cosa que me ha llamado la
atención es que estos tres historiadores siempre realizaban su exposición a
partir de una serie constante de definiciones negativas y de matizaciones. La
Guerra de Sucesión no fue exclusivamente un conflicto entre
Castilla y Aragón, el felipismo o el austracismo no fueron bandos
monolíticos, la centralización no fue exclusivamente llevada a cabo
por agentes castellanos, etc. Abundaban las matizaciones y puntualizaciones
sobre los estudios precedentes. En mi opinión, esto se debe a que las
investigaciones han sido muy recientes y todavía quedan bastantes
interrogantes, especialmente sobre los años posteriores del siglo XVIII. A mi
parecer, la historiografía ha avanzado notablemente (los tres ponentes son un
ejemplo de ello) pero quizás falta la articulación de una visión más global y
resuelta que permita enmarcar el advenimiento de la dinastía borbónica en un
proceso más amplio. Actualmente, la idea de "monarquía compuesta"
está totalmente asentada y atrás quedan las interpretaciones que hablaban sin
reparos de un "imperio español" como un cuerpo indivisible. Lo mismo
ha sucedido con la noción de "decadencia". Actualmente, ya no se
habla de la España de Carlos II como aquél caos presidido por un "rey
hechizado". La idea elaborada por los marxistas de una "crisis
general del siglo XVII" ha sido ampliamente cuestionada. Sin embargo, parece
que no se dispone de una reformulación de un modelo explicativo nuevo. John
Elliott se refería a la necesidad de buscar una "explicación fuerte"
de la historia, que superase la creciente fragmentación de las investigaciones.
En segundo lugar, abordar la Guerra de Sucesión como un momento de cambio nos lleva irremediablemente a tener que valorar problemas que se manifiestan con mayor fuerza a lo largo de
todo el siglo XVIII. En el nuevo sistema borbónico, conviven rupturas y
continuidades con el período anterior que ilustran muy bien dónde estaban los límites del Estado moderno. El
"absolutismo" o el "despotismo" ilustrado han sido
examinados a la luz de las nuevas investigaciones que resaltan la importancia
de la venalidad y de las redes sociales entre familias (véanse los estudios de Imízcoz
Beunza). El Estado ya no parece como un punto de llegada de la "racionalidad",
sino que se interpreta como el vehículo de expresión de unas oligarquías
locales que reformularon sus lazos de conveniencia con la corte (como queda patnente el caso de los navarros). Y desde luego,
surge la necesidad de estudiar la vertebración de este nuevo modelo de monarquía centralizada conjuntamente con la colonización americana, como ha señalado Antonio Miguel Bernal en su libro España, proyecto inacabado: costes/beneficios del imperio.
Retomando el tema específico
de las Lliçons, quizás sería
interesante avanzar hacia una interpretación a nivel mundial de lo que
significo la Guerra de Sucesión y el reequilibrio de poderes que surgió de
Utrecht en 1713. Justamente, la lectura interesada políticamente de este
episodio mantiene el error de base que es leer el pasado peninsular en clave
nacional (sea la nación española o la nación catalana). Si las dinámicas
imperiales del reino de España y de Gran Bretaña condicionaron la actuación desde
el inicio de la guerra, quizás tengamos que ponerlas a la cabeza de nuestra
explicación histórica. Por por poner un ejemplo de sobras conocido, no es para nada
"casual" que la reforma de los Decretos de Nueva Planta se hiciera en 1707, el
mismo año en que los parlamentos de Inglaterra y Escocia aprobaban la
"Union Act" por la que se formaba lo que conocemos hoy como Gran
Bretaña.
María Victoria López-Cordón, Carlos Martínez-Shaw y Joaquim Albareda
hicieron la recapitulación de un proceso que tenido consecuencias muy profundas,
algunas de la cuales duran hasta hoy en día. Aunque hayan pasado trescientos años, este
pasado continúa vivo. Frente a la retórica nacionalista y partidista que emborrona nuestro conocimientos, lo mejor que puede hacerse es abordar el pasado con la actitud de trabajo y espíritu crítico que estos tres historiadores tuvieron la oportunidad de darnos estos días.