En la actualidad, los
argumentos de los historiadores aún avanzan con paso firme o retroceden
vacilantes sobre sus notas al pie. Pero el plomo de la prosa oficial ha
reemplazado el oro de la retórica clásica de Gibbon. En el mundo moderno, dicen
los manuales para redactores de tesis, los historiadores realizan dos tareas
complementarias. Deben estudiar todas -las
fuentes referentes a la solución de un problema y a partir de ellas elaborar
una nueva narración o argumento. La nota al pie es la prueba de que se ha
realizado las dos tareas. Identifica tanto el indicio primario que garantiza
que la sustancia del relato es novedosa como las obras secundarias que no
desmienten ese carácter en forma y tesis. Además, identifica el trabajo
histórico en cuestión como obra de un profesional. El murmullo la nota al pie
es reconfortante como el zumbido agudo del torno odontológico: el tedio que
provoca, como el dolor que provoca el torno, no es aleatorio sino direccional,
es parte del costo a pagar por los beneficios de la ciencia y la tecnología
modernas.
Como sugiere esta
analogía, en la vida moderna la nota al pie está vinculada con la ideología y
los procedimientos técnicos de una profesión. Para ser historiador o dentista
uno realiza estudios especializados; para practicar la historia o la
odontología, uno debe recibir la aprobación de sus maestros, colegas y, sobre
todo, pacientes (o lectores). Aprender a redactar notas al pie forma parte de
esta versión moderna de la vida de aprendiz. La mayoría de los historiadores se
inician en pequeña escala, durante las semanas frenéticas dedicadas a redactar
trabajos que han de leer de viva voz frente al profesor. A esa altura, las
notas al pie son vistas, no leídas. Conforman una masa densa y borrosa de texto
apenas vislumbrado en el pie de las páginas agitadas por las manos temblorosas
del orador nervioso al mascullar frente a la clase. Más adelante, durante los
largos meses dedicados a la redacción de la monografía, los estudiantes avanzan
del estilo de producción artesanal al industrial con la esperanza de que el
tutor, otros miembros del jurado constituido para evaluar su trabajo e incluso
futuros colegas y empleado les admiren de las horas de arduo trabajo en la
biblioteca y el archivo plasmadas en las largas notas al pie. Por fin, obtenido
el doctorado y el empleo, los historiadores activos siguen produciendo notas al
pie. Lamentablemente, los historiadores habituados a redactar notas
maquinalmente -como los dentistas que se han vuelto insensibles al dolor que
infligen y la sangre que derraman- tal vez casi no se dan cuenta de que siguen
llenando de nombres de autores, títulos de libros y números de legajos o páginas sus textos inéditos. Al fin
y al cabo, la producción de notas al pie suele parecerse no tanto al trabajo
especializado de un profesional que realiza una función precisa proyectada
hacia un fin superior que la producción cuanto a la producción improvisada y la
eliminación de residuos.
La nota al pie moderna
es tan esencial para la vida histórica civilizada como el retrete; como éste,
es un tema de mal gusto en la plática cortés y por lo general solo llama la
atención cuando se descompone. Como el retrete, la nota al pie permite a uno
realizar actos desagradables en la intimidad; como sucede con aquel, el buen
gusto exige que se la coloque en un lugar discreto; últimamente no se la
incluye en el pie de página sino al final libro. Es el lugar que merece recurso
tan baladí: ojos que no ven, corazón que no siente.
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Portada de la edición original |
Anthony Grafton, Los orígenes trágicos de la erudición: breve tratado sobre la nota al pie de página, Buenos Aires, FCE, 1998, pp. 12-13.