Un concepto que ha tenido bastante éxito en
los últimos años en los medios digitales españoles es el de "Cultura de la
Transición". Con esta palabra, se ha venido a sintetizar toda una serie de
pautas muy peculiares del lenguaje usado por las instituciones oficiales y
medios mayoritarios.
Nacida de la natural sospecha que despiertan los
optimistas discursos que celebran pactismo y el consenso mientras la realidad
social da muestras de hartazgo y descontento, la idea de CT se ha convertido en
un término muy útil para designar una serie de lugares comunes que campan a sus
anchas en las páginas de las editoriales, en los discursos del Congreso de los
Diputados o en las entrevistas a escritores multiventas y multipremiados.
Según Guillem Martínez, la CT se origina
precisamente en la Transición al "desactivarse" o
"domesticarse" la cultura y convertirla en una herramienta al
servicio de los intereses del Estado. Como muy bien sentencia: la cultura no se mete en política -salvo para
darle la razón al Estado- y el Estado no se mete en cultura -salvo para
subvencionarla, premiarla o darle honores. Siguiendo su argumentación, la
cultura se entiende como tal cuando el Estado la eleva y "dignifica"
hasta esa categoría. Más brevemente, una novela o una película es reconocido
como una muestra de la "cultura española" cuando el Estado decide
hacerle un homenaje a su autor. Lo que no entra en este esquema queda en el
limbo de la marginalidad, la heterodoxia o lo proscrito.
Ignacio Echevarría apuntaba en una
entrevista que:
en lugar de rearmarse críticamente de cara a las nuevas formas de poder, la cultura española, en su conjunto, se habría aupado sobre éstas, conformándose con un papel de simple comparsa en los procesos de transformación que en España se estaban produciendo a toda prisa. Lo propio de la “cultura de la transición” sería la precipitada liquidación de un concepto resistencial de la cultura en favor de un concepto, como ya se ha dicho, festivo y ornamental de la misma.
Aunque uno pudiera advertir a partir de estos
esbozos de definición que la "cultura" y el poder es algo que van
unidos, los creadores del concepto CT ya se ocupan de señalar que la
"peculiaridad" española vendría a ser la constante participación del
Estado. La verticalidad (de arriba hacia abajo), el dirigismo (mediado por
intereses políticos) y el carácter inocuo o inofensivo (respecto a la ideología
dominante de la sociedad) vendrían a ser las señas de identidad de buena parte
de la vida cultural española.
Amador Fernández-Savater, destacado
activista y pensador de los nuevos movimientos sociales, es quien ha
desarrollado una definición político-ideológica de la CT:
La CT es una fábrica de la percepción donde trabajan a diario periodistas, políticos, historiadores, artistas, creadores, intelectuales, expertos, etc. Lo que allí se produce desde hace más de tres décadas son distintas variantes de lo mismo: el relato que hace del consenso en torno a una idea de la democracia (“representativa, liberal, moderada y laica”) el único antídoto posible contra el veneno de la polarización ideológica y social que devastó España durante el siglo XX. Ese consenso funda un “espacio de convivencia y libertad” que se presenta a sí mismo como algo frágil y constantemente amenazado por la posibilidad del terror (golpe militar, ETA, ruptura de España, etc.). La CT es la siguiente alternativa: “normalización democrática” o “dialéctica de los puños y las pistolas”. O yo o el caos.
Al hablar de "Cultura de
Transición" se hace referencia directamente a esa forma de hablar de la
Constitución de 1978 como algo infalible, a esa peculiar forma de entender la
monarquía que es el "juancarlismo" y a este extraño
"federalismo" de las autonomías. Pero también al cine subvencionado,
a la connivencia entre periodistas y políticos, a los premios amañados y a los
escritores columnistas que ya lo vieron todo venir y que llaman a la
indignación pero sin "pasarnos".
Creo que si la idea de CT ha tenido una buena
acogida entre varios medios alternativos, es sobre todo porque ha sabido captar
una realidad fácilmente perceptible. No sólo porque sea un discurso que
fácilmente se observa en los medios, sino porque la CT hace referencia a
problemas de largo recorrido histórico en España como el fracasado proceso de
nacionalización, el imposible consenso en torno a la educación o la dificultad
de construir un cultura democrática en un país gobernado por un dictador.
En lo que respecta a la cultura, el Estado español
ha tenido que llevar la iniciativa en muchos aspectos de la vida social, ya que
la propia sociedad española históricamente ha estado muy desarticulada. Las
desigualdades económicas y de estructura social han ocasionado un territorio
fragmentado, en el que incluso amplias partes de la ciudadanía consideran que
no tienen nada que ver con ese Estado español que en teoría les representa.
Frente a esto, este mismo Estado (yo diría que hasta por mera cuestión de
supervivencia) se ve impelido a fomentar un tipo de cultura que le sea útil. La
obsesión por la cohesión y el consenso son una forma de compensar el hecho que
hay un montón de temas que están sobre la mesa que no han sido discutidos hasta
el final. Por mencionar de paso dos ejemplos, pienso en la monarquía o en el
derecho a la autodeterminación de Cataluña.
Ahora bien, las señas de identidad de esta
cultura (complaciente, inofensiva, controlada, subvencionada) creo que pueden
retrotraerse mucho más allá de 1978. Es a este respecto donde me gustaría hacer
un breve apunte a la idea de CT tal como la plantean sus creadores. La palabra
"Transición", efectivamente, hace referencia al proceso político
mediante el cual se reformó desde dentro una dictadura y se fue normalizando
una democracia en los años setenta y ochenta. Pero mucho antes de nuestra
democracia actual, la relación entre cultura y Estado ya era bastante problemática.
Creo que la CT que vemos hoy en día no es más que la puesta al día de una
cuestión que ya se plantea en los mismos orígenes del Estado liberal. Jugando
un poco con el equívoco, creo que hay que hablar de otra
"Transición", mucho más antigua: la del "Antiguo Régimen"
absolutista a un sistema representativo y constitucional.
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Retrato de Jaume Balmes y Juan Donoso y Cortés (1848), por Luis Brochetón, expuesto en la Real Academia de la Historia. |
Lo que era seguro es que todos ellos contaban con el Estado como instrumento fundamental para la modernización social y económica del país; de donde se deduce que uno de sus objetivos políticos consistiese, precisamente, en reforzar ese poder público que era pieza básica de su estrategia. Es este estatismo una curiosa peculiaridad de los liberales españoles, que en definitiva confían más en el gobierno que en la sociedad civil o en su propia influencia sobre el mercado cultural. Al igual que los reformistas ilustrados del siglo anterior, actúan o intentan actuar siempre desde el centro político, al margen de la diversidad cultural del país y de los poderes locales; dependen del poder, confían en el Estado como agente a la vez nacionalizador y modernizador; es el Estado el que debe resolver los problemas sociales, económicos o culturales; y también el que debe encargarse de difundir la cultura y fomentar los sentimientos nacionales.
Al cumplir Isabel II su mayoría de edad e instaurarse en el poder
el Partido Moderado, se iniciaba una nueva época en la que muchos de estos
hombres de Estado participarán en la creación de una nueva cultura de consenso.
Tras la Guerra Carlista, la Regencia de Espartero y las revueltas de Barcelona
llegaba el momento de dejar de lado las esperanzas revolucionarias. Era un
momento de construcción nacional y de centralización administrativa, de
"orden" y "progreso. Los hombres del Partido Moderado elaboraron
una nueva constitución en la que intentaban conciliar un régimen de libertades
limitadas con la Monarquía. Los sectores radicales fueron apartados de la vida
política y no volverían a tomar el poder hasta la Revolución de 1868.
A lo largo de esta Década Moderada, el
liberalismo doctrinario se convirtió en la ideología oficial de los moderados
españoles. Esta fórmula política ya la habían ensayado las franceses para
conciliar los principios liberales con los monárquicos. En un Estado que
ambicionaba a legitimarse, la cultura no podía quedarse al margen. La época de
la imaginería exaltada y tumultuosa de los románticos dejaba paso a un período
en el que se buscaba cimentar unos valores tradicionales. Era el momento de
legitimar el Estado-nación y la monarquía.
No tendría reparos en considerar
a personajes como Francisco Martínez de la Rosa o Antonio Alcalá Galiano como
auténticos artífices de una "Cultura de Transición." Su empeño
político por dotar el nuevo Estado de instituciones homologables a las europeas
o por fomentar unos discursos conciliadores en torno a una idea moderadamente liberal
de España tiene muchos puntos en común con esa cultura domesticada y dirigista
que los que utilizan el concepto CT señalan. Quizás esto se entienda mejor con
un ejemplo bastante sintomático de un personaje poco conocido hoy, pero que por
entonces fue muy influyente. Me refiero al historiador más importante del
reinado de Isabel II, que incluso pudiéramos decir que fue todo un paradigma
oficial: don Modesto Lafuente.
Tras intentar escalar
políticamente en el gobierno de León en 1837, Lafuente fundó y dirigió durante
varios años una publicación llamada Fray
Gerundio, Periódico Satírico de Política y Costumbres. En ella ridiculizaba
las diatribas del clero más reaccionario a través de las discusiones de un
patético cura cuya iglesia había sido expropiada en una de las
desamortizaciones con su colega, Pelegrín Tirabeque. Las capilladas de Fray Gerundio fueron un verdadero hit que incluso tuvo problemas con la
censura y Lafuente llegó a ser bastante conocido, incluso en un país
donde la gigantesca mayoría de sus habitantes eran analfabetos. En 1845 cambió
de publicación con su Teatro Social del Siglo XIX, de carácter más costumbrista,
pero lo que pronto le llamó la atención fue un nuevo género, entre la
literatura, el periodismo y la filosofía que le llamaba la atención por su
potencia política: la historia.
Lafuente publicó en 1850 la Historia General de España más completa
para la época, unos 30 volúmenes que fueron apareciendo hasta después de su
muerte en 1866. Se recomendó por decreto la
compra de la Historia general de España a
los ayuntamientos, diputaciones y consejos. En ese mismo año de 1853 ingresó en
la administración pública de la mano del nuevo gobierno moderado como Consejero
de Instrucción Pública. Aunque fuese un cargo esencialmente simbólico, servía
para conectarle con la política estatal. Con más de la mitad de los volúmenes
de la Historia de España publicados, Lafuente había ganado un prestigio que
le permitió entrar directamente en la vida política de los últimos años del
reinado de Isabel II.
Mediante la escritura de la historia nacional, consiguió el reconocimiento político y pudo lanzarse con los ánimos reforzados para internarse otra vez en el campo de batalla parlamentario. Lafuente ejerció como diputado en las Cortes constituyentes del Bieno Progresista y se afilió a la Unión Liberal del general O'Donnell. Pudiera decirse que la Unión Liberal fue el primer partido de "centro" en la historia de España: en él se daban la mano los progresistas más moderados y los moderados más progresistas.
Mediante la escritura de la historia nacional, consiguió el reconocimiento político y pudo lanzarse con los ánimos reforzados para internarse otra vez en el campo de batalla parlamentario. Lafuente ejerció como diputado en las Cortes constituyentes del Bieno Progresista y se afilió a la Unión Liberal del general O'Donnell. Pudiera decirse que la Unión Liberal fue el primer partido de "centro" en la historia de España: en él se daban la mano los progresistas más moderados y los moderados más progresistas.
En
las Cortes constituyentes de 1855 participó en los debates sobre la confesionalidad de la religión. ¿Qué posiciones
defendió el antiguo liberal progresista que escribía crueles sátiras
anticlericales? Pues una visión de la religión católica como la auténtica
vertebradora de España: Pues bien,
señores, he manifestado que al principio religioso y que a la unidad religiosas
debe la España el ser nación; que con la unidad religiosa se hizo nación
independiente; que con la unidad religiosa se hizo nación libre. Al
proponerse la libertad de cultos, Modesto no dudaba en afirmar que si esto se
llegaba a aprobar: Yo creo que con esto
íbamos a producir una gran perturbación social, porque esto está en
contradicción con las tradiciones del país, con sus construmbres, con sus
creencias y hasta con sus necesidades. La enmienda que los liberales
progresistas no prosperó.
Pero
quizás en el tema donde mayor se aprecia su "moderación" y su
"aburguesamiento" es en lo que respecta a la libertad de expresión. Lafuente
defendió la necesidad de excluir de la libertad de imprenta aquellos escritos que fueran contra el dogma
y los principios fundamentales de la moral cristiana. Lafuente argumentaba
de este modo su postura, en el que no falta el conocido lugar común de las
veleidades revolucionarias como turbaciones juveniles que desaparecen al
madurar:
Se dirá que en otro tiempo no hubiera querido yo estas trabas. Señores, porque hayamos sido jóvenes, porque en la juventud nos haya gustado dar un poco rienda suelta a nuestras pasiones y hayamos cometido algunas ligerezas, algunas imprudencias y algunos errores tal vez; cuando llegamos a la edad de la madurez, cuando tenemos hijos que educar; cuando llegamos a la edad de la madurez, cuando tenemos hijos que educar, cuando si no la ilustración, la posición nos coloca en el deber de decir y aconsejar a los demás lo que no creemos como bueno ¿les hemos de de decir que sigan cometiendo las mismas ligerezas imprudencias y errores, dando rienda suelta a las mismas pasiones que tuvimos cuando jóvenes?
La
función del periodista ya no había de ser la de un látigo contra poder establecido. Lafuente
proponía que:
la misión del escritor político, del escritor público, del periodista, como una de las más notables y dignas misiones que el hombre puede ejercer en el gobierno representativo... [es la de] ilustrar y esclarecer todas las cuestiones y anticiparse a ellas; guiar al Gobierno y a todo el que tiene intervención en el manejo de los negocios públicos; hacerle ver las necesidades del país y la manera de remediarlas; darle consejos de buen gobierno; censurar sus actos cuando se vea que se separan del buen camino, pero ayudándole y robusteciéndole la opinión cuando en su concepto marcha acertadamente; esta y no otra es la misión del escritor político.
De
este modo, el antiguo periodista de combate que criticaba el Antiguo Régimen, había pasado a ser
un hombre de orden. El Bienio Progresista y el gobierno largo de O'Donnell
fueron la expresión política estos ánimos conciliadores entre las diversas
facetas del liberalismo. Sin embargo, los progresistas moderados no supieron
hacer frente a los conservadores y neocatólicos, por lo que al final los
primeros se vieron arrastrados por los segundos. Los últimos gobiernos de la
unión liberal fracasaron en el intento de encontrar un proyecto común, por lo
que el terreno volvió a ser propicio para conspiraciones y levantamientos. En
1868, el ejército daba un golpe de Estado e instauraba un régimen democrático
que también fracasará.
Después
de la crisis de 1868-1874, la Restauración de los Borbones y el establecimiento
de un nuevo sistema constitucional trajo otra dinámica también basada en la
conciliación, el consenso y la moderación. Antonio Cánovas del Castillo,
arquitecto supremo de este sistema de equilibrios, merecería otro escrito por
su aportación doctrinaria a las derechas españolas. No en vano, Cánovas ha sido
elogiado por destacados políticos conservadores de nuestra época democrática como
Fraga o Aznar como un personaje inspirador. Cánovas, como tantos otros
políticos de su época, también fue historiador (incluso llegó a publicar una
novela sobre la leyenda de la campana de Huesca).
¿Eran
las historias de Lafuente y Cánovas del Castillo parte de una "Cultura de
Transición"? Creo que dadas las circunstancias en que se escribieron y las
intenciones que tenían sus autores, uno de sus propósitos era ofrecer un relato
de la historia de España que pudiera ser aceptado por todos. El Estado, la
monarquía y la religión eran sus protagonistas en una concepción de la historia que se movía por las fuerzas del progreso hacia la unidad indisociable de España. Sin embargo, el relato (como la propia realidad) tenía
sus fisuras y antinomias. Liberales moderados, liberales progresistas, republicanos,
carlistas, nacionalistas catalanes y vascos: cada uno de estos proyectos
políticos tenía su propia explicación del pasado. La voluntad conciliadora topó
con una pluralidad política muy compleja, en la que el mismo proyecto centralizador no fue satisfactorio en sus objetivos y la convivencia entre proyectos políticos era muy frágil. Por un lado, las contradicciones y
ambigüedades del progresismo dejaron pasar muchas oportunidades, mientras que
las fuerzas más conservadoras vetaron cualquier posibilidad
"centrista" o "integradora" que no fuese lo suficientemente reaccionaria.
El emplazamiento de un retrato de Carlos III en el despacho del nuevo rey no es para nada casual |
Saliendo
del siglo XIX y volviendo a nuestro presente, la CT no parece haber
desaparecido, sino que más bien ha mutado y se ha adaptado a las necesidades
del presente. Desde luego, aquí he realizado una lectura superficial. La transición del Antiguo Régimen al régimen liberal y la transición
del franquismo a la democracia partidista son momentos históricos muy distintos.
Pero la dicotomía "reforma o revolución", la cita de Lampedusa de "cambiarlo todo para que nada cambie", el "o nosotros o el caos": todos estos adagios y tópicos han comparecido numerosas veces en la historia contemporánea española. Quizás, algún día haya que escribir la historia de los
sinsabores de la CT española (desde los voluntariosos ministros reformadores de Carlos III hasta el culto a la Constitución del 78 con Felipe VI) para explicar las
señas de identidad de una continuidad histórica que se niega a desaparecer, la
historia de una línea continua que el mismo poder reivindica como vía de
legitimarse ante una sociedad llena de heridas abiertas.