Miró
a Chin, al pairo en el plegatín, perdido en sus propios pensamientos
descarrilados.
—¿Cuántos años tienes?
—Veintidós.
—¿Cómo?
—Veintidós.
—Pareces
más joven. Yo siempre era el más joven de la gente que me rodeaba.Un buen día
eso empezó a cambiar.
—Yo no me siento más joven. No me siento completamente
localizado enninguna parte. Creo que básicamente ya estoy listo para dejar este
negocio.
—Métete un chicle en la boca y prueba a no masticarlo. Para una
persona de tu edad, con tus dones, hay en el mundo una sola cosa a la que valga
la pena aspirar profesional e
intelectualmente. ¿Sabes de qué se trata, Michael? Sencillo: la interacción entre
tecnología y capital. La indisolubilidad.
—Los años del instituto fueron el
último reto verdadero —dijo Chin.
El automóvil quedó atrapado en el atasco de la
Tercera Avenida. Las órdenes recibidas por el chófer consistían en avanzar por
intersecciones y bloques, no remolonear a cierta distancia del coche anterior.
—He leído un poema en el que una rata se convierte en moneda del curso legal.
—Pues sí, sería interesante —dijo Chin.
—Desde luego. Tremendo impacto en la
economía mundial.
—Ya sólo por el nombre… Mucho mejor que el dong o la kwacha.
—El nombre lo es todo.
—Sí. La rata —dijo Chin.
—Sí. Hoy la rata ha cerrado por
debajo del euro-
—Sí. Existe una preocupación creciente de que la rata rusa se
devalúe.
—Ratas blancas. Piénsalo.
—Sí. Ratas preñadas.
—Eso. Liquidación en
masa de ratas rusas preñadas.
—Gran Bretaña entra en la zona rata —dijo Chin.
—Eso mismo. Se suma a la lógica tendencia a adoptar una única unidad de cambio
universal.
—Sí. Estados Unidos establece la unidad rata.
—Eso. Cada dólar estadounidense
será canjeable por su valor en ratas.
—Ratas
muertas.
—Eso. El acopio de reservas de ratas muertas se tiene por una amenaza
contra la salud mundial.
—¿Cuántos años tienes? —dijo Chin—. Quiero decir ahora
que ya no eres más joven que los demás.
Miró más allá de Chin,
hacia el fluir de números que corría en direcciones opuestas. Entendió cuánto
significaba para él todo ese desglose pasajero de datos en una pantalla.
Estudió los diagramas y figuras que ponían en juego patrones orgánicos, alas de
ave, la cámara en abanico de una concha de molusco. Era un pensamiento
superficial sostener que los números y los gráficos equivalían a la fría
comprensión de las energías humanas levantiscas, toda clase de ansia y de sudor
nocturno reducido a lúcidas unidades en los mercados financieros. De hecho, los
propios datos tenían alma, resplandecían, un aspecto dinámico del proceso de la
vida misma. Ésa era la elocuencia de los alfabetos y de los sistemas numéricos,
plenamente plasmada en forma electrónica, en el binomio de ceros y unos del
mundo, el imperativo digital que definía cada aliento de los miles de millones
de seres vivos en el planeta. Ahí estaba el bullir de la biosfera. Nuestros
cuerpos y los océanos estaban ahí plasmados, presentes, cognoscibles e íntegros. ...
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