Se impone, más que nunca, el rigor crítico para desvelar falsas legitimaciones, los nexos artificiales que se establecen entre pasado y presente. Por lo pronto, se trata de penetrar en las entrañas de la construcción de los mitos. Estos nacen y mueren en función de lógicas históricas e ideológicas. La misión del historiador es separar el grano de la cizaña. Los mitos no deben ser otra cosa que objetos históricos en sí mismos examinados bajo el prisma de la razón y desde la exigencia de la honestidad. Se trata de demostrar su relativismo histórico, la multiplicidad de lecturas funcionales que ofrecen a lo largo del tiempo y en función de la identidad de sus intérpretes.

Ricardo García Cárcel en La herencia del pasado. Premio Nacional de Historia (2012)

... nuestro destino era PRESTAR ATENCIÓN Y DESCANSAR en cada una de las minúsculas revelaciones que se habían ido abriendo a nuestro paso; cada una de las cuales, a su vez, nos aconsejaba no buscar ningún destino, ni mucho menos un destino feliz. Sólo de ese modo se lucha contra la asfixia y la angustia del tiempo y del dueño de la cortinilla; prestando atención a lo que se ENCUENTRA, y no a lo que se BUSCA.

Félix de Azúa en Historia de un idiota contada por él mismo (1986)

Cuando el saber se especializa, crece el volumen total de la cultura. Ésta es la ilusión y consuelo de los especialistas. ¡Lo que sabemos entre todos! Oh, eso es lo que no sabe nadie!

Antonio Machado en Juan de Mairena (1936)

History has many cunning passages, contrived corridors
And issues, deceives with whispering ambitions,
Guides us by vanities

T. S. Eliot en Gerontion (1920)


domingo, 25 de noviembre de 2012

La universidad según Boaventura de Sousa Santos


Esto es un fragmento de La universidad en el siglo XXI: para una reforma democrática y emancipadora de la universidad, un artículo escrito por el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos. Puede descargarse aquí. Creo que es una lectura  obligatoria para todo aquél que quiera conocer por qué la universidad está en crisis y cuáles son las alternativas a los recortes y a la privatización encubierta. 


Es crucial que la comunidad científica no pierda el control de la agenda de investigación científica. Para eso es necesario antes que nada, que la asfixia financiera no obligue a la universidad pública a recurrir a la privatización de sus funciones para compensar los recortes presupuestarios. Es crucial que la apertura al exterior no se reduzca a la apertura al mercado y que la universidad se pueda desenvolver en ese espacio de intervención de modo que se equilibren los múltiples intereses, incluso contradictorios, que circulan en la sociedad, y que con mayor o menor poder de convocatoria, interpelan a la universidad. Inclusive en los Estados Unidos donde la empresarialización del conocimiento ha avanzado más, es defendido hoy que el liderazgo tecnológico del país esté soportado en un cierto equilibrio entre la investigación básica, realizada en las universidades sin interés comercial directo, y la investigación aplicada sujeta al ritmo y al riesgo empresariales. 
Las agencias públicas de financiamiento de la investigación deben regular –pero sin eliminar– el control de la agenda por parte de la comunidad universitaria en nombre de los intereses sociales considerados relevantes y que obviamente están lejos de ser apenas relevantes para la actividad empresarial. El uso creciente de los concursos para la llamada investigación dirigida (targeted research) debe ser moderado por concursos generales en los que la comunidad científica especialmente la más joven, tenga posibilidad de desarrollar creativa y libremente nuevas áreas de investigación, que no suscitan ningún interés por parte del capital o del Estado. La investigación dirigida se centra en lo que es importante hoy para quien tiene el poder de definir lo que es importante. Con base en ella, no es posible pensar el largo plazo y, como lo dije antes, éste es tal vez el único nicho de hegemonía que le queda a la universidad. Por otro lado, la investigación dirigida y más aún, la investigación comercialmente contratada y la consultoría, imponen ritmos de investigación acelerada presionados por la sed de resultados útiles. Estos ritmos impiden la maduración normal de los procesos de investigación y de discusión de resultados, cuando no atropellan inclusive los protocolos de investigación y los criterios de evaluación de resultados. 
No se excluye la utilidad para la propia universidad de una interacción con el medio empresarial en términos de identificación de nuevos temas de investigación, de aplicación tecnológica y de análisis de impacto. Lo importante es que la universidad esté en condiciones de explorar ese potencial y para eso no puede ser puesta en una posición de dependencia y mucho menos en el nivel de supervivencia en relación con los contratos comerciales.

(...) 

La universidad debe entender que la producción de conocimiento epistemológica y socialmente privilegiada y la formación de élites dejaron de tener el poder, por sí solos, de asegurar la legitimidad de la universidad a partir del momento en que ella perdió la hegemonía, inclusive en el desempeño de estas funciones, y tuvo que pasar a desempeñarse en un contexto competitivo. La lucha por la legitimidad permite ampliar el potencial de estas funciones, complementándolas con otras donde el vínculo social sea más transparente. Para que eso ocurra, la universidad debe dotarse de condiciones adecuadas tanto financieras como institucionales. Contrariamente a lo que hace creer el capitalismo educativo, las deficiencias en el desempeño de la responsabilidad social de la universidad no se generan en el exceso de autonomía sino por el contrario por la falta de ella y de los medios financieros adecuados. El Estado y la sociedad no pueden reclamar nuevas funciones de la universidad cuando la asfixia financiera, no le permite desempeñar siquiera sus funciones más tradicionales.
Una vez creadas las condiciones, la universidad debe ser motivada para asumir formas más densas de responsabilidad social, pero no debe ser solamente entendida de manera funcionalista en este sentido. La responsabilidad social de la universidad debe ser asumida por la universidad aceptando ser permeable a las demandas sociales, especialmente aquellas originadas en grupos sociales que no tienen el poder para imponerlas. La autonomía universitaria y la libertad académica –que en el pasado fueron esgrimidas para desresponsabilizar socialmente la universidad– asumen ahora una nueva importancia, puesto que solamente ellas pueden garantizar una respuesta entusiasta y creativa frente a los desafíos de la responsabilidad social. Puesto que la sociedad no es una abstracción, esos desafíos son contextuales en función de la región, el lugar y por lo tanto, no pueden ser enfrentados con medidas generales y rígidas.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Ánimos y desánimos

Graffiti de Bansky
 Escribo estas líneas pensando en los amigos y compañeros que han terminado su carrera de historia y que ahora se disponen a abrirse paso en un futuro incierto.En estos últimos años, no hay nada más fácil que desanimarse. Cada día aparecen noticias que hablan sobre el ruinoso estado de la investigación científica en España o de la precariedad de los jóvenes. Los datos están ahí fuera y no hace falta volver a mirar con tristeza las becas que no serán otorgadas o los grupos de investigación que no podrán arrancar. La inversión privada se instaura como la principal alternativa, una posibilidad que para ingenieros puede ser interesante, pero que para los que deseamos ser profesionales de las Humanidades o de las Ciencias Sociales está mucho menos clara. Al mismo tiempo, las universidades no salen del agujero en que han caído. Se despiden profesores y se congelan sus presupuestos, por lo que parece difícil entrar en ella a medio plazo. El paro crece cada día, y nos ponemos nerviosos al vernos trabajando en minijobs en algún país del norte de Europa. 
Frente a esta situación, la primera reacción más visceral es la de sentirse frustrado por la desaparición de unas expectativas. Lo que a mí me gustaría proponer es otra cosa. No voy a hacer la estupidez de llamar al "optimismo", porque me hace recordar aquella ridícula portada de La Razón. Tampoco voy a instaurarme como "realista". La utilización retórica del concepto de "realidad" para justificar el estado de cosas que a uno le gustaría ver es despreciable, como aquellos que para referirse al sector de la empresa privada hablan del "mundo real".

Caricatura de "El Roto"

En primer lugar, quiero hacer un llamamiento al entusiasmo frente al desencanto o la resignación. El principal miedo al que nos enfrentamos es el de tener un trabajo que no se ajuste a nuestra preparación y el no recibir un sueldo que se corresponda con nuestras necesidades. Esta idea puede acabar haciéndonos creer que es mejor abandonar nuestros estudios para dedicarnos a una actividad más lucrativa y segura alejada del ingrato terreno e la docencia o la investigación. Aunque esta opción es totalmente válida, legítima y comprensible, en mi opinión no deja de ser una actitud poco valiente. Me explico: si creemos en la relevancia social de la historia como disciplina, en la necesidad humana de analizar y comprender el pasado, abortar nuestra formación o profesionalización por motivos tan coyunturales como nuestra solvencia económica significa que nuestra autoestima intelectual es muy baja. Una cosa son los "trabajos alimenticios", temporales, y necesarios para ser materialmente independiente o que descubramos que nuestra vocación estaba errada y que hayamos decido cambiar de oficio. Pero estoy convencido que la historia y demás disciplinas afines tienen muchísimo que aportar a la sociedad, y de que es un error valorarlas solamente por el sueldo que puedan darnos. Como dice Max Weber en su famosa conferencia La ciencia como vocación: en el campo de la ciencia sólo tiene personalidad quién está pura y simplemente al servicio de la causa.
En segundo lugar, me gustaría recordar que en el propio terreno de la profesionalización nada está escrito. Las Humanidades o las Letras (por usar un término amplio) se ha visto acorralada por dos crisis. Por un lado, hay que mencionar la crisis económica, que ha puesto en jaque un sistema de financiación basado en las subvenciones públicas. Pero por otro lado, no puede ignorarse la minusvaloración de las disciplinas humanísticas. Una lectura que ahonda en este proceso es el libro Sin fines de lucro escrito por la filósofa Martha Nussbaum. Estos conocimientos ya estaban sumidos en una crisis de legitimidad, hegemonía, credibilidad y valoración social. Cualquier persona que en bachillerato haya decidido hacer la rama humanística entiende a lo que me refiero si piensa en el escepticismo de sus compañeros, o peor aún, en el de sus padres y docentes. Internamente, las disciplinas tampoco pueden presumir de buena salud. En el caso de la historiografía, sólo hay que echar un vistazo a trabajos como Sobre la crisis de la historia de Gérard Noiriel o El fin de los historiadores: pensar históricamente el siglo XXI, editado por Pablo Sanchez León y Jesús Izquierdo Martín.
Por tanto, el reto es doble: hay que reconstruir la disciplina y ver cómo nos buscamos la vida con ella. Este reto no puede dejarse en manos de políticos, empresarios, periodistas o directores de marketing. Es el propio historiador quién debe llevar la iniciativa y dejar de ir a remolque. Del mismo modo que el periodismo está redefiniéndose por el auge de Internet y la caída del consumo en papel, la comunidad de historiadores debe afrontar con valentía estos problemas. Hay que echar mano de la inventiva para crear nuevas formas de profesionalización, divulgación y sociabilidad que se adapten al ritmo de los cambios y sepan conseguir ese anhelado "retorno social" que el investigador necesita para justificar su trabajo, al margen de su propio placer personal.
En tercero y último lugar, también quiero recordar que hay que pelear por mantener viva la dignidad del trabajo intelectual. Aunque los contextos históricos sean totalmente diferentes, en épocas oscuras e inciertas es bueno recordar el ejemplo de algunos personajes ilustres del pasado que no renunciaron a sus objetivos. Es por ello que me gustaría que se recordarse a historiadores como E. P. Thompson, Eric Hobsbawm, Jaume Vicens Vives o filosófos como Albert Camus, Bertrand Russell o Hannah Arendt. Todos ellos vivieron momentos muy traumáticos de la historia, pero aún así, llevaron una vida de compromiso tanto moral como intelectual ya que creían en el valor de su producción. Sin ninguna duda, deberíamos recoger algunas de sus actitudes y rechazar las actitudes derrotistas y melancólicas que hoy en día estamos tan acostumbrados a tomar.
La investigación científica es un campo lleno de infinitas posibilidades. La historiografía es una disciplina relativamente joven, por lo que queda mucho por averiguar y descubrir. Por esto, quiero acabar con las últimas frase del texto que he citado más arriba de Weber: no basta con esperar y anhelar. Hay que hacer algo más, hay que ponerse al trabajo y responder, como hombre y como profesional, a las "exigencias de cada día". Esto es simple y sencillo si cada cual encuentra el demonio que maneja los hilos de su vida y le presta obediencia.