A lo
largo del 2014, con la excusa del Tricentenari que se celebra en Cataluña,
historiadores de todo tipo y condición han aprovechado para hablar sobre la
instauración de la Monarquía borbónica. Aunque se han celebrado varios
congresos científicos importantes, los medios y los políticos han llamado la atención
sobre el ya legendario simposio de Espanya
contra Catalunya, que ya recibió una réplica con la jornada Cataluña en España: historia, cultura e
identidad organizada por la fundación FAES.
En vez de entrar en detalles pormenorizados
sobre el significado de estos encuentros, me gustaría por el contrario hacer
una observación general. Desde que he empezado a especializarme en Historia
Moderna me ha llamado la atención una contradicción: por un lado, entre los
historiadores universitarios hay un acuerdo en que es necesario comprender las
relaciones globales y "transnacionales" para entender el desarrollo
de los Estados modernos. Abundan los estudios comparados a escala meditarránea
y atlántica, o a niveles de redes clientelares o familiares. Pero por otro lado,
el debate público en torno al pasado asume una visión de la historia
radicalmente esencialista, en la que no tardan en comparecer términos como
"espíritu", en la que naciones antiquísimas compuestas por sujetos
irreductible han pugnado por su Lebensraum.
Como historiador novato, me parece chocante acudir a congresos universitarios en los que se hacen
exposiciones finísimas con un vocabulario exquisito, y luego encontrarme al abandonar el Paraninfo universitario un debate público totalmente
idiotizado por tertulianos, en la que el pasado se deforma hasta la caricatura. No me cabe
ninguna duda de que si se ha llegado hasta aquí es en buena parte por la falta de compromiso
real con la sociedad por parte de los historiadores.
Aunque la mayor cuota de responsabilidad se
la llevan los políticos que utilizan la historia según sus intereses más
cortoplacistas, los medios de comunicación ayudan a emponzoñar el ambiente
reproduciendo lo primero que escupen sin mayores advertencias. De este modo,
disparates monumentales como que España sea la nación más antigua del mundo
(Rajoy dixit) o que la consulta del 9-N sea la oportunidad para redimir la
derrota de 1714 (Homs dixit) reciben una amplísima difusión, por lo que un
número importante de gente lo acaba tomando como verdades operativas. La
ciudadanía aprende "historia" a golpe de centenario, como los de 1808-2008
o 1492-1992, en los que el pasado hace de comparsa en un desfile de consignas
políticas. Difícilmente tendremos una ciudadanía educada y con capacidad
crítica si pagamos farras mitómanas con dinero público al mismo tiempo que recortamos en
educación.
Cualquier análisis que no tenga ánimos de
confrontación partidista, da cuenta de una serie de verdades evidentes.
Primero, que la Guerra de Sucesión fue un conflicto a escala europea, incluso
mundial. Segundo, que fue una guerra entre monarquías, dinastías y concepciones distintas de entender el poder y las leyes en unas sociedades que podemos llamar de "Antiguo Régimen". El Estado-nación tal como lo entendemos, no
existía. Por último, que la guerra de Sucesión fue un conflicto que afecto a los diversos órdenes de la sociedad: en Castilla hubo castellanos austracistas, en Cataluña
hubo catalanes felipistas y en Valencia la guerra tuvo un componente de rebelión
social que significó la brutal represión a manos de la propia aristocracia
local.
Entonces, ¿por qué se sigue dando
credibilidad a esta versión tan infantilizada de la historia? Pudiera hablar
sobre los intereses políticos que hay detrás. Pero esto sería demasiado fácil:
es evidente que alterando la historia se consigue un mayor apoyo político. Aquí quería hacer referencia sobre la
dificultad de hacer una historia que NO sea nacional. No quiero decir que no
sea "nacionalista", sino que no utilice como punto de partida la
nación. Es cierto que los historiadores desde siempre han partido de otras
unidades de análisis. Antiguamente, la religión o la "civilización
cristiana" era una vía de explicar el pasado de diversos reinos europeos. Luego,
los marxistas ambicionaron escribir una historia de la clase obrera que
respondiese a al llamamiento revolucionario de "proletarios del mundo, uniós!".
Pero la nación, siempre ha estado ahí, probablemente porque a su existencia
como idea política también le debamos la existencia de la historia como
disciplina intelectual. Pero esto ya es otra cosa.
Lo aquí pregunto es si puede explicarse como
ha llegado a existir lo que hoy llamamos España, Cataluña o Alemania sin tener
que utilizar "España", "Cataluña" o "Alemania"
como moldes prefabricados. ¿Si sabemos que antes de la Modernidad la idea de
nación tal y como la entendemos no existía y las relaciones entre hombres
operaban según otras ideas, por qué una y otra vez nos encontramos en las
librerías con "Historias" de España, Cataluña o Alemania que se remontan
a los yacimientos neolíticos? ¿Puede escapar uno de la historia nacional? ¿O estamos
condenados a caer una y otra vez en el mismo presentismo? ¿Es posible entender
la diversidad humana en el pasado sin contaminarla?
Yo creo que sí, pero no es nada fácil. Se me
ocurren varios motivos. Primero, que la nación es la esfera política en la que
nos movemos. Luego, en la historiografía
y en las comunidades de historiadores hay muchísima inercia, por lo que es
difícil romper con tradiciones intelectuales que tienen largo recorrido. Urge romper
de una vez con este impulso.
Aunque se trate de un conjunto estupendo de obras
de síntesis redactadas por historiadores cuya altura intelectual es intachable,
No deja de parecerme bastante sintomático que todavía haya editoriales que se
embarquen en el proyecto de una "Historia de España" (en el que no
falta el primer volumen sobre la "Hispania Antigua"),aunque se trate de un conjunto de obras
de síntesis estupendas redactadas por los mejores historiadores que hay en nuestro país. Sin embargo, ¿por qué volver
a hacer lo que se ha hecho mil veces ya? ¿Por qué no probar algo nuevo?
Desde un punto de vista espacial, en la
esfera anglosajona se han dado varios pasos importantes para una historia por
encima del sujeto nacional. La Atlantic History ha dado bastantes frutos, como Imperios del mundo atlántico de John H.
Elliott o The Ideological Origins of the
British Empire de David Armitage. La historia global ha ido produciendo algunos
experimentos interesantes, algunos reseñados en un librito cuyo título ya es
toda una declaración de intenciones: Una
nueva historia para un mundo global. Introducción a la World History de Peter N. Stearns. La
aportación de Immanuel Wallerstein con la perspectiva del sistema-mundo
ha producido debates realmente productivos entorno al desarrollo de una
economía capitalista global, en consonancia con otros investigadores como
Giovanni Arrighi o Andre Gunder Frank.
Con la construcción de la Unión Europea, no
han faltado iniciativas para escribir "historias de Europa", en las
que se pone de relieve tanto el sustrato común como las interacciones
culturales entre los diversos pueblos. Otras perspectivas más regionales
cuentan con obras de referencia, como el ya legendario clásico de Fernand
Braudel El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II. Evidencias de que es posible hacer historias no-nacionales es posible.
Uno puede hartarse a leer y discutir sobre la
realidad política catalana y española en la época moderna. Pero no producirán
perspectivas intelectualmente estimulantes hasta que no abandonen las
trincheras conceptuales de la nación. Que hay que escapar de la nación queda
claro cuando sabemos que la Guerra de Sucesión fue movida el interés de
controlar el tráfico comercial de las Indias y que muchísimos pueblos catalanes
fueron austracistas cuando los ocupaba el archiduque Carlos y felipistas cuando
los ocupaba el duque de Anjou.. ¿Dicho esto, ¿por qué no escribir una historia
global de la Guerra de Sucesión? ¿Por qué no explicar cuál fue el alcance de la
dimensión antiseñorial de la que existen no pocos testimonios? ¿Por qué no hacemos
una historia del espectacular enriquecimiento de las élites barcelonesas tras 1714?
Si cuesta más de hacerse, creo yo, es porque se rompen muchos tópicos que son cómodos de
creer. Cuando se estudian las consecuencias territoriales de la Nueva Planta en
la Corona de Aragón, se observa cómo tras un breve período de estricto control
militar, vuelven a ocupar los cargos municipales las mismas élites que
gobernaban con los Austrias desde siglos. ¿Puede seguir hablándose de un "país
ocupado", cuando sus propias élites se acomodaron al nuevo régimen
borbónico y ejercieron el poder otro siglo más? No quiero seguir con más
ejemplos, pero creo que queda claro que los esquemas de buenos y malos nunca se
sostienen. Las negociaciones entre grupos de poder, las estrategias de las familias,
el poder de las redes clientelares, o la enorme presencia de individuos flamencos o italianos en las instituciones borbónicas a medrar nos enseñan una sociedad que desde luego la fidelidad a la "patria" no era prioritaria.
Aunque muchas de estas cosas ya se investigan,
difícilmente estas perspectivas llegan al debate público. A mi juicio, la
única manera de avanzar en la discusión sobre 1714 y sus consecuencias es escapando
de la nación y recuperando otros sujetos históricos. En primer lugar, habría
que rehabilitar la dimensión de la Corona de Aragón. Aunque ya en el siglo XVII
sus instituciones estaban muy debilitadas, son territorios con desarrollos
paralelos que permiten una mejor comprensión. Luego, habría que ahondar en la
dimensión global del asunto. No exclusivamente global, sino también atlántica y
mediterránea. En tercer lugar, la historia de las familias, de las corporaciones o hasta de los individuos es muy iluminadora. Por último, no dudaría en recuperar un término de los "viejos
tiempos" marxistas: la clase. No estaría de más revisar con
honestidad un término que ha sido arrinconado (no siempre con argumentos del
todo serios) por la historiografía reciente. La misión no es fácil, pero hay
que ponerse a ello si no queremos seguir en los mismos debates aburridos en los
que sólo gana el que los explota políticamente.
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