Se impone, más que nunca, el rigor crítico para desvelar falsas legitimaciones, los nexos artificiales que se establecen entre pasado y presente. Por lo pronto, se trata de penetrar en las entrañas de la construcción de los mitos. Estos nacen y mueren en función de lógicas históricas e ideológicas. La misión del historiador es separar el grano de la cizaña. Los mitos no deben ser otra cosa que objetos históricos en sí mismos examinados bajo el prisma de la razón y desde la exigencia de la honestidad. Se trata de demostrar su relativismo histórico, la multiplicidad de lecturas funcionales que ofrecen a lo largo del tiempo y en función de la identidad de sus intérpretes.

Ricardo García Cárcel en La herencia del pasado. Premio Nacional de Historia (2012)

... nuestro destino era PRESTAR ATENCIÓN Y DESCANSAR en cada una de las minúsculas revelaciones que se habían ido abriendo a nuestro paso; cada una de las cuales, a su vez, nos aconsejaba no buscar ningún destino, ni mucho menos un destino feliz. Sólo de ese modo se lucha contra la asfixia y la angustia del tiempo y del dueño de la cortinilla; prestando atención a lo que se ENCUENTRA, y no a lo que se BUSCA.

Félix de Azúa en Historia de un idiota contada por él mismo (1986)

Cuando el saber se especializa, crece el volumen total de la cultura. Ésta es la ilusión y consuelo de los especialistas. ¡Lo que sabemos entre todos! Oh, eso es lo que no sabe nadie!

Antonio Machado en Juan de Mairena (1936)

History has many cunning passages, contrived corridors
And issues, deceives with whispering ambitions,
Guides us by vanities

T. S. Eliot en Gerontion (1920)


domingo, 9 de octubre de 2011

Antonio Orejudo - Un momento de descanso


















El escritor Antonio Orejudo (n. 1963), ha señalado en diversas entrevistas que el humor está infravalorado en la literatura. No le falta razón. Hay libros que están cargados de situaciones divertidas y provocativas, pero que detonan preguntas en la mente del lector que probablemente no se habría hecho nunca si se tratase de un ensayo convencional. El humor puede ser uno de los mejores recursos para enfrentarse a lo absurdo y a lo irracional de nuestra condición. En Un momento de descanso (2011, Tusquets) se deforman hasta el extremo situaciones que ya son ridículas por sí solas, y su autor prueba que sabe reírse de sí mismo y del mundo que le rodea. Nos enfrentamos a un libro breve, ideado como una catarsis que despedaza la situación actual de las Humanidades y la comunidad universitaria. 
La gravedad de la situación requería un tratamiento especial, y por eso es de agradecer que el autor de Ventajas de viajar en tren (Premio Andalucía de Novela del año 2000) haya tenido la valentía de escribir una novela de campus a la española. Ahora bien, esta tarea no le ha sido nada fácil. ¿Por qué? Según él, imaginar una historia absurda con los pasillos de nuestras universidades como escenario es un ejercicio estéril. Cómo se detalla en libro, esto se debe a que la realidad de la institución es tan disparatada que siempre superará a la ficción, y por lo tanto, cualquier intento de querer novelarla con gracia parecerá inverosímil y forzado. Sin embargo, Un momento de descanso supera esta dificultad con mucha pericia.
Antonio Orejudo es profesor de Filología Hispánica, por lo que creo que su testimonio probablemente esté plagado de parecidos nada casuales y muy deliberados. Así que con este pretexto, nos introducimos en una historia real, donde el verdadero autor nos explicará las aventuras que él y un tal Arturo Cifuentes pasaron de verdad. Entramos con esta advertencia, en un juego entre realidad y ficción, sátira y costumbrismo, seriedad y locura, ironía y esperpento.
La trama no creo que deba ser contada ya que es en sus giros y sorpresas donde radican muchas de sus virtudes como novela, además de las ocasionales travesuras formales. En primer lugar, creo que la pérdida de los ideales es uno de los temas que subyacen en este libro. Observamos como el personaje de Arturo Cifuentes vive desengaño tras desengaño. Ninguno de los fundamentos que le otorgan sentido a la vida (su mujer, su hijo, las clases, sus colegas, su maestro) resiste la llamada crisis de la mediana edad. La frescura con la que se enfrentaba a los retos intelectuales y vitales había desaparecido. Flojea, desconfía y se resigna
En el contexto de esta angustia vital, se añade la preocupación por el permanente estado crisis de las Humanidades. La novela se desarrolla en despachos, aulas y casas de profesores de literatura venidos a menos. Sus tesis y proyectos de investigación son pintados como ridículos e irrelevantes. Sus pesquisas se reducen a estudiar la obra de algún oscuro autor, detalles históricos innecesarios de alguna obra o elucubraciones artificiales sobre algún género literario. En general, minucias que a nadie importan, que de nada sirven y que no llegan ni para alimentar el ego de sus propios autores.
En el libro se plantea como en un mundo en el que la física o la genética han sido las verdaderas transformadoras de la realidad y del modo de comprenderla, el tradicional análisis de textos literarios ha llegado a quedar inútil. La solemnidad del conocimiento que proporcionaban las Letras ha quedado reducida a una serie de anécdotas. El narrador no duda en lanzar una dura crítica a la comunidad de filólogos y les recuerda su responsabilidad:
Los humanistas seguían empeñados en trabajar con textos. Textos que comentaban otros textos, que a su vez glosaban otros más remotos, en una espiral hacia arriba que les había hecho perder el contacto con el mundo empírico. Tenían una idead decorativa del mundo.  Creían que todo era un relato, que el capitalismo era un relato, que las relaciones humanas eran relatos, que el supermercado era un relato, y se ponían a comentarlo. (...) Cuando aceptaran sin miedo, como él empezaba a hacer, que el mundo no tenía nada de texto, sino que era un flujo incoherente y contradictorio, desigual, (...) habrían empezado a comprender la verdad. Los humanistas, (...) no tenían hoy nada que aportar al mundo. Por eso empleaban una jerga incomprensible y desdeñaban las exposiciones claras de los asuntos complejos. Huían de la claridad, porque sabían que la luz es la enemiga de la superchería. (p. 72-73)
Las Humanidades no habrían asumido la incertidumbre del conocimiento científico y del caótico mundo contemporáneo. A lo largo de esta obra, se ridiculiza la supuesta seriedad de unas disciplinas marchitas y que sólo se dedican a darle vueltas a  problemas anodinos. En el caso específico del estudio de la lengua, el núcleo de esta crisis se halla en su aislamiento respecto a otras disciplinas y en la perpetuación de una metodología hermenéutica. La cuestión no es ninguna tontería. ¿Cómo podemos pensar la literatura hoy? Orejudo no pretende responder elaborando una nueva propuesta teórica. Más bien, caricaturiza las consecuencias de la que se está aplicando actualmente.
Puede parecernos triste constatar como gran parte de la crítica literaria se ha quedado asfixiada y sin lugar en la sociedad, pero la novela trata de desmitificar irónicamente la erudición literaria como un valor. Si antaño era una manifestación de alto nivel civilizatorio y otorgaba una alta respetabilidad, en poco tiempo pasó a ser vista como un saber insignificante:
En menos de cinco años el estudio de la literatura (...) pasó de ser una prestigiosa ocupación cuya utilidad nadie cuestionaba a considerarse una disciplina inútil que sólo conducía a la frustración y al paro. Cuando terminamos la carrera comprendimos que estábamos al margen. Recuerdo la lúgubre cena de fin de curso, y la sensación compartida de que nos habíamos equivocado, de que habíamos cursado unos estudios inútiles, sin contacto con ese mundo nuevo que empezaba a despertar (p. 111-112)
La sociedad ha cambiado su orden de prioridades y el estudio de la lengua ha pasado a ocupar el nivel más bajo. No responden a las necesidades de una sociedad hipertecnologizada y sumergida en la cultura individualista del éxito fácil. Sin embargo, creo que la preocupación de Antonio Orejudo no es encontrar el motivo que ha llevado a la sociedad a ignorar la filología. En mi opinión, en esta novela busca demostrarnos cómo los académicos son tan decadentes como los demás miembros de esa sociedad, por lo que no precisan de demasiadas reverencias. 
Un momento de descanso merece ser leída especialmente por la caricatura despiadada que dibuja de la comunidad universitaria. Su punto más fuerte es que ataca su halo de supremacía moral y nos recuerda que sus miembros también pueden ser corruptos, miserables y deshonestos. Esto se narra a través del personaje de Augusto Desmoines, una especie de encarnación de varios personajes de la historia cultural española. Nacido a principios del siglo XX, es retratado como uno de los grandes artífices de la universidad española y como el mentor de una generación en la que Cifuentes y Orejudo se educaron. Por una serie de alocadas circunstancias, el narrador-autor se enfrasca en una investigación detectivesca en la que visita manicomios, monasterios y otros lugares siniestros con el objetivo de descubrir su verdadera identidad. La novela nos conduce a lo largo de toda una red de corrupción donde nadie es quien dice ser.
La conclusión es que el poder carcome la honestidad intelectual y la integridad ética. Los principios morales no resisten las tentaciones que ocasiona la capacidad de poseer autoridad sobre los demás. Ni siquiera en los claustros. La novela de Antonio Orejudo puede ser interpretada como una blasfemia dirigida a los guardianes del conocimiento, cuya supuesta honradez es tan injustificada como ridícula. Juan Francisco Ferré escribía que si él fuese ministro de Educación, se tomaría muy en serio este libro. Yo creo que debería tomárselo en serio todo aquél que pertenezca a la universidad. Mediante la sátira, el esperpento o simplemente el humor, Orejudo le da una paliza a los profesores, jefes de departamento, decanos y rectores. Aunque, como en toda caricatura, los rasgos están exagerados y convertidos en máscaras grotescas, no se pueden obviar las críticas a la hipocresía y a las corruptelas que existen en el sector. Un momento de descanso demuestra que el humor más vale tomárselo en serio, y que la seriedad más vale tomársela a risa. Frente a la rigidez que establecen las publicaciones académicas, con esta novela se reivindica que la literatura sigue viva y que tiene capacidad de reinterpretar con mucha gracia la realidad social en la que nos movemos.

2 comentarios:

  1. Alfonso, qué gusto leer este post. No sólo porque ha despertado mi interés por una novela que desconocía hasta ahora (y que aborda un tema que me compromete sensiblemente) sino porque además está muy bien escrito: con agudeza y tino. Precisamente ahora, en el seminario que dicto en la UCV, estamos leyendo un texto de Iser sobre ficcionalización, y tu post me lo ha reavivado, lo ha expandido. Así que buscaré "Un momento de descanso", y espero volver a leer tu blog.
    va un abrazo
    Elena

    ResponderEliminar
  2. Hola Elena, gracias por tu comentario! Perdona la tardanza (he estado varios días enfermo). No sé la situación en Caracas como será, pero en la novela se pinta un panorama muy desolador sobre las letras. Una de las mejores partes de la historia se desarrolla en los EEUU, por lo que se trata como esas disciplinas quedan desplazadas por la hegemonía de la televisión y de los macro centros comerciales. Espero que te haya sido de provecho, y de aquí poco vuelvo con más!
    Saludos.

    ResponderEliminar